La Erasmus es una oportunidad única para cualquiera que la emprenda, llena de buenas experiencias... pero también otras menos agradables.
A menudo la Erasmus comienza con lágrimas. Sales de casa camino del aeropuerto y has de despedirte de tu madre, de tu padre, hermano, amigos (recuerda los que dejaron todo para decirte “hasta pronto” en el aeropuerto: son los que más valen la pena), pareja...
Son momentos complicados, catárticos: la tristeza por separaros se amortigua por saber que es algo bueno para ti, para tu futuro, para tus experiencias vitales, para ver mundo... y ese conflicto interno libera los afectos, en demasiadas ocasiones, en forma de lágrimas.
Con la voz entrecortada, un “nos vemos pronto”, “pásalo bien”, “cuídate” o “te quiero” es lo último que recibes, junto con un abrazo, un beso, una mirada que dice “sé que te irá bien” y una sonrisa que dice “sé que lo harás bien”.
La Erasmus supone que ver a ciertas personas deje de ser algo cotidiano para ser un fenómeno excepcional y valioso. Quien quiera vivirla, debe saber que los comienzos no son fáciles. Empezando por ésto.
Cuando das a alguien, y ese alguien te da mucho, cuando dos personas están unidas, la separación puede doler como si te arrancaran un pedazo. Pero hay que recordar algo fundamental:
Nunca es un “adiós”. Es un “hasta luego”.
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